LA HORA DE TODOS
Víctor Contreras
Este, es un emotivo y sencillo homenaje para aquella gran señora, doña Verónica Vargas, la madre de la estirpe de los Santana, o de los “Hijos de la Santanada”, quien con sus benditas manos tomó por vez primera mi desnudo cuerpo, envolviéndolo con inmensa bondad y alegría, de su gran corazón de madre y partera y, porque disfrutó de mi llanto primero, al brindarme ¿o asestarme? un par de sonoras nalgadas, y con ello, me regaló la protectora bienvenida a este a mundo de sorpresas con una sonrisa en un 23 de diciembre.
Es decir, iba ser Niño Dios, pero como doña Tella no se aguantó las ganas de saludar “a su peor es nada”, al nacer, si acaso fui un “Niño de Auspicio” y luego, para colmo de todos mis males, me convertí en periodista.
¡Qué triste mi calavera! ¿No?
Claro, también me produjo una interminable hilaridad después de tanto esfuerzo en el milagro de nacer para luego dedicarme a este oficio tan intolerante para El Peje y AVA, el que «le abrió las puertas al diablo».
A mi preciosa y encantadora Ma’Tella y a doña Verónica, vaya el mejor de mis agradecimientos y una eterna oración, y estén donde estén, que Dios, con todo mi corazón: ¡Que Dios las bendiga!
Aunque la vida empieza antes de nacer, cada vez que veía o saludaba a uno de la generación de “La Santanada”, los amables y generosos “Nosotros, Los Gómez” o los peleoneros y solidarios Rodríguez, recordaba mi primer día de vida en este mundo, mi primer llanto, mi primera sensación de vivir, y la esquina de ese viejo barrio, donde nací y crecí, y disfruté intensamente aquella edad, cuando las calles de mi querido e inolvidable barrio, eran el escenario de mis juegos, y de mis sueños, y cuando mi almohada era el trasporte hacia otra vida y mi casa era un fantástico universo…
El cantautor chiapaneco Jorge Masías, explica de manera descriptiva y fascinante sensación de nostalgia, de entrañables recuerdos y querer revivir esas emociones que ahora, al volver hacia atrás son vivencias de un tiempo que no podré olvidar :
Aquella edad, (en) que mi maestra era la diosa de mis sueños y lloró por no entenderme / Cuando mi escoba era mi rápido Corsel / Del primer libro que caía entre mis manos / Cuando en mi mundo solo había amigo hermano y era la forma de mi ser / Y la canción era otra forma de mujer…
Cuando nervioso esperaba un nuevo viaje / Y en mi cumpleaños era todo un personaje
En qué lugar del tiempo habrá quedado aquella edad / Tal vez descansa solo en mi recuerdo / ¿Dónde está?
Porque vivir es un milagro, una experiencia extraordinaria, de amor y desamor, de encuentros y desencuentros y no es la meta de llegada lo importante, sino, es el camino que se disfruta con los amigos del alma de aquella inocente e ilusa infancia, de la adolescencia cuestionadora, y deleitarse con las conversaciones, llenas de sabiduría de la gente maravillosa que a la vuelta del tiempo se convirtieron en personajes fuera de serie.
¿Es destino o casualidad haber nacido en el 6 y Simón Bolívar? No lo sé.
Solo podría citar la frase del cantautor y poeta Alberto Cortez:
¡Si, qué suerte he tenido de nacer! / Para estrechar la mano de un amigo / Y poder asistir como testigo /al milagro de cada amanecer…
Sí, qué suerte he tenido de nacer / Pero sé, bien que sé… / que algún día también me moriré
LA ARISTOCRACIA DE MI BARRIO
Había en mi viejo barrio, entre la calle 6 y Bolívar, “una fragancia y un rumor de alegría”, como dice un verso del Maestro Raúl Mares.
Al caminar por estas calles, tantos recuerdos vivencias y emociones se agolparon en un instante, en mi mente y en mi alma, al saludar a vecinos queridos como don Enrique el malabarista ciclismo, hacía la bicicleta como quería y su hermano, el gran beisbolista, ¿pelotero o peleonero?, el famoso “Chayo” Rodríguez, dignos representantes de la Aristocracia de mi viejo y querido barrio. No pude llegar hasta el 3 Simón Bolívar, para saludar a la popular estirpe de la Santanada, de quienes me sentía uno más, uno de ellos, y es que eran tantos que parecían una plaga bíblica, aunque a los más queridos ya se les apagó la luz…
Viejo barrio, cuna del primer amor, mis callecitas de ilusión, ¿dónde tu alegría quedó?
Hasta muchos años después, supe que había nacido en esa calle del 6 y Simón Bolívar y que ese día, doña Verónica, –madre de la estirpe folklórica, dicharachera, alegre y cantadora de los “Hijos de la Santanada”, la aristocracia del barrio–, dejó sus preparativos navideños para auxiliar en las labores de parto a doña Eleutéria, ‘Tellita’, Piña Alcántara.
Doña Vero, de contagiosa alegría, y popular en el Barrio por su oficio, con sus benditas manos tomó por vez primera mi desnudo cuerpo, envolviéndolo con la inmensa bondad y alegría de su gran corazón de madre y partera y que también disfrutó de mi llanto primerizo, al brindarme ¿o asestarme? un par de sonoras nalgadas, para darme la bienvenida a este a mundo de sorpresas extraordinarias y maravillosas, de cultura y de ignorancia, de amores y desamores, de encuentros y desencuentros, de lealtades y traiciones.
“Muchos años han pasado y por fin he regresado mi terruño querido, mi querido barrio, como dice Alberto Cortez.
Mis brother`s Jorge García Obregón El Sol, y Jaime García, mi “Chompiritas de Oro” me acompañaron en esa espontánea visita. Y cuánta falta me hizo saludar a Humberto Céspedes “El Rorro”, Abelardo Uvalle, ya finaditos. Por razones de distancia no tenía cerca a Nico Méndez y El Cara alias Alfredo Zamarrón, Juan José Muñoz y el Crack del futbol llanero, “El Paba” Carreón. Durante la plática con los dignos miembros de la aristocracia de mi Barrio, Enrique y Chayo, recordamos a Jacinto y a toda una pléyade de personajitos.
Que no daría por pedirle al tiempo que vuelva. Comprarlo. Endeudarme o fiarle mi alma al Diablo para regresar aquellos días y retomar las aventuras, los juegos. Invitar a mis amigos de la infancia, a volver a jugar a “Los Pocitos Petroleros”, “A la Una brinca la mula, y a las Dos, patada de Cos…” y otros tantos. Subir a una de las Torres de la Iglesia del Santuario y tomar una Caguama de cerveza cada uno, con la consabida frase que obliga y enorgullece la hombría: “¡Un Hidalgo, un hidalgo, y chifle a su máuzer, quien deje algo…!”
Vida tú que eres el tiempo / Déjame volver a ser / Un niño de nuevo
Y otra vez, a los Resbaladizos, rodando de arriba abajo adentro y en medio de una llanta vieja de amplio y grueso rodado, y disfrutar la intensa e interminable adrenalina que produce el miedo, el peligro y la velocidad que ni el regiomontano Checo Pérez, el corredor de “Fórmula Uno”, disfrutaría esa sensación indescriptible de enfrentar y vencer el nerviosismo y el temblor, emocionantes momentos que solo la inconciencia o la fantasía de la inocencia infantil, lo explicaría.
Porque disfrutaba molestar o joder a los vecinos, aturdirlos, cantando desentonado, las canciones de la época, a grito abierto y con voz de “pito calabecero”, en la parte de arriba y entre las retorcidas ramas de una Mora, –haciéndome una desastrosa “segunda”, Lourdes y Julia, mis vecinas del Cero y Uno Simón Bolívar–, y por esa razón, me apodaban “La Chicharra” y después, por cuestiones de origen maternal y periodísticas, cambió a El Coyote, nada más por lo animal y no por las cualidades de astucia y menos de ser azote de gallineros desatendidos, sino porque en lugar de cantar, aullaba…
Las bajadas de las calles de la Sosa a las de la colonia “Mainero”, el improvisado campo de futbol con porterías de piedras, y los espontáneos partidos de béisbol llanero, los domingos, con pantalones zapatos apretados, robados a las pacas de ropa vieja y de segunda que le regalaban al Padre David Martínez, el Párroco del Santuario.
Aquella edad que cambió la costumbre de usar mamilas y pañales por caguamas y carnales; de llegar a la casa de la Primaria, Anexa a la Normal con libros, cuadernos y balón con lodo y después borracho, y de madrugada. – ¿Y cuántos son los que quieren cenar hijo? Preguntaba mi Madre. ¡Somos diez Madre!, -le contestaba y rápido respondía- “¡Pues, los mismos que se me van a “chinanear” a su Madre, porque estoy cansada!”
Vida tu que eres el tiempo / Déjame volver a ser / Un niño de nuevo.
Si pudiera regresar, volvería a mi viejo y querido barrio, donde el enterré el ombligo y mi corazón sintió los más bonitos y fuertes latidos…donde la vida pobre y sencilla, a veces tan difícil, era más fácil / y no tan fácil como la de ahora, que la hacemos más difícil…
Nosotros, Los Gómez
Era siempre esperada la celebración de cada Año Nuevo, en la casa de Los Gómez. Doña Katy y Don Juvencio Gómez, también formaron una familia numerosa de muchos hijos y por cierto unas hijas hermosas que aún se reúnen con la misma alegría de la primera vez. En ocasiones disfrutan de las Gorditas de Don Pedro del 4 Berriozábal, donde alguna vez disfrute el saludarlas.
Don Juvencio era Fotógrafo del departamento de Periciales de la Procuraduría y tenía su estudio Fotográfico. Gozaba de una popular fama de invitar demás de la numerosa familia, a todos sus amigos y vecinos a las fiestas de fin de año y los chavales que vivíamos a expensas de la bondad del Padre David Martínez “nos colábamos” a la pachanga, no sin antes darle una visitadita al hijo del San Martín de Porras, “le dabamos un baje” a las limosnas para comprar un alipús y unas Guamas.
En ese mi barrio, en la Colonia Pedro Sosa, “donde se vive y se goza y cuando se pasan de copas, se termina en el 2 Zaragoza”, había muchas familias conocidas por su fama de generosidad y de amables anfitriones como Los Gómez, de alegría sin igual como Los Santana, Los Rodríguez, Los Muñoz, Los Tovar. Los Meléndez, que vivían el famosos y majestuosa construcción de El Peñón. Los Zamarrón, dedicados a la Pirotecnia, Los Contreras Echavarría.
Y no faltaba Don Nacho, el de la tienda que tenía un hijo, que vestía, cantaba y comportaba como su ídolo, Rigo Tovar. SE hizo famoso por su imitación y mimetismo.
Eran y son la Aristocracia de mi Barrio, lo mejor de cada calle, de cada casa.
Había también personajes inolvidables como doña Matilde “40 Naguas”, sus enaguas le llegaban hasta el tobillo de los pies, celosa de su jardín, donde tenía todo un vivero. A veces mal hablada y regañona. Era la Madre de Marcelino, el dueño de la Cantina “El Rechupe”, punto de reunión de personajes como famoso por sus dichos y bromas, Tello Méndez, quien a la ahora de juntarse con Santananita, otro personajito genial, en la esquina de este bar, eran amos y señores de los albures, chistes y bromas.
Era todo un show, un espectáculo verlos y escucharlos, para morirse de risa… Llegaron a hasta inventar un modismo en el lenguaje que todos los del barrio lo usaban en su diario platicar: ¿A dónde vas? – Voy pa’bajo. Preguntaban unos y contestaban otros – ¡Bueno, Barreno o qué!. Y si era Pa’rriba, la respuesta esperada era “¡Bueno, Cohete, o qué!”
No faltaba el enanito “El Mache”, hijo de Artemio El Marihuano” y Lupe la enanita. Si, así explicaba el Mache, su origen familiar.
Los “Hijos de la Santanada” también eran famosos por sus dichos, por sus tardes y noches de cantadas y caguamas. Vicente hizo famosa la frase de ¿A qué hora llegaron?, al preguntar a sus paisanos y familiares del Rancho “La Pasadita”, del municipio de Villa de Casas, y de las Estaciones San Francisco y es fecha que todavía la usan, de pura broma.
Vicente como Chón, trabajaban en Prensa de Gobierno del Estado. Y cuando llegaba pasado de copas, “El Solovino”, el perro de la familia, le ganó con el chorizo. “¡Me robaron el chorizo, me robaron el chorizo!” les reclamaba a voz en cuello y a grito abierto, a todos sus familiares que al estilo gitano, todos tenían su casa alrededor de la de doña Verónica.
Los que llegué a conocer y conviví con ellos, eran el mayor Manuel, Rafael, Servando, Barbarita Guadalupe, Concepción, Ismael, Guadalupe mujer, Gilberto Salvador, Vicente y la menor Ramona solamente viven Ismael, Guadalupe, y Ramona… la aristocracia del barrio.
Son la aristocracia del barrio / Lo mejor de cada casa / Tomando el sol en la plaza / Tienen a la madre anciana
Virgen a la hermana / Tahúres, supersticiosos / Sentimentales y buenos / En el bar y en el barrio, Les echan de menos… parafraseando los versos de Juan Manuel Serrat.
En qué lugar del tiempo habrá quedado aquella edad /Tal vez descansa en mi recuerdo en dónde está?
Hoy he vuelto a mi barrio, de donde niño un día partí, con los sueños, las penas y la nostalgia dentro de mí; Sesenta años que ahora al mirar hacia atrás, son vivencias de un tiempo que no podré olvidar.
Se va el amor / se va la edad / y el tiempo aquel / no vuelve más.